EL FUNDAMENTALISTA ATEO (Publicada en la revista 23 Internacional de septiembre)
Michel Onfray, el polémico filósofo que revoluciona a Francia
En nuestro país, remite a poco o nada. Sin embargo, en Europa, sobre todo en Francia, el filósofo Michel Onfray protagoniza desde hace años un fenómeno de ventas y popularidad cimentado en una muy prolífica obra que cumple medio siglo en enero con más de cuarenta libros publicados. Una obra atravesada por la polémica y una obsesión manifiesta por el hedonismo y el ateísmo. De hecho, su ensayo más exitoso es el Tratado de Ateología (2005), best seller traducido a 15 idiomas y del que ya se vendieron más de medio millón de ejemplares. Desprecia a los círculos académicos tradicionales. Tanto es así que fundó dos casas de estudios, La Universidad Popular de Caen y la Universidad Popular del Gusto de Argentan, a imagen y semejanza de su rebelde ideario: cualquiera puede asistir a los cursos, no se requieren inscripciones, no se toman exámenes ni se otorgan títulos. Sus días transcurren lejos de París, vive tranquilo en Argentan, un pueblito agrícola de Normandía, junto a su mujer que conoció en la adolescencia. Por su ideario hedonista y ateo milita. Y no queda bien con nadie. Se asume heredero de Nietzche, escribe asiduamente en diarios, vende sus clases en CD, debatió frente a frente con Nicolás Sarkozy en plena campaña presidencial, y como dato insólito, fue nombrado “sacerdote honorífico” por la secta de los Raelianos, honor dudoso que rechazó inmediatamente. Complejas dimensiones de un doctor en filosofía que sacude al viejo continente.
Contra las religiones
“Yo morí a la edad de diez años” es la frase demoledora con la que empieza uno de sus últimos libros: “La Potencia de Existir” (2006). Se refiere al traumático episodio que le significó haber sido internado por sus propios padres en un orfanato salesiano. Pura disciplina católica. Los muchachos eran castigados con asiduidad, según juzga Onfray: “para canalizar la libido perversa de estos adultos encerrados con sus pares, teóricamente abstemios”. Pues bien, fue durante esta experiencia desafortunada del amanecer de su pubertad que germinó en él un rechazo casi instintivo, a lo religioso. En el año 2004, el otrora pupilo ya devenido reconocido filósofo de pluma elegante y tenaz, engendró la que es, probablemente, su íntima venganza: el Tratado de Ateología. Un libro que es una embestida implacable contra los tres monoteísmos. Cristianos, musulmanes y judíos en la misma bolsa. ¿Que es lo que dice? De todo. Páginas y páginas de pimienta, intragables para cualquier creyente. A las tres religiones las acusa de violentas, perversas e hipócritas. Por partes. Al cristianismo le niega, para empezar con un martillazo, que Jesús haya pisado este mundo: “Para la evidencia fue tan cierto como Ulises o Saratustra”. Sigue con San Pablo: “fanático, enfermo, misógino, masoquista”. No se queda ahí. Pone en tela de juicio que la fe en los evangelios haya sido la causa principal de la multiplicación imparable de los fieles a Cristo en los siglos en que la cruz se impuso definitivamente en Europa. Considera que sin la represión estatal dirigida a liquidar cualquier otra creencia ajena a la trinidad (cita como ejemplo lo sucedido en Bizancio), el cristianismo nunca se hubiera impuesto. Uno de los capítulos más reveladores se titula “el Vaticano ama a Adolf Hitler”. En pocas líneas desnuda la complicidad de los herederos de Pedro con el Tercer Reich: “ningún nazi de alta jerarquía fue excomulgado por haber enseñado y practicado el racismo y el antisemitismo, ni por haber hecho funcionar cámaras de gas”. ¿Y a los musulmanes que les achaca? Intolerancia, crueldad y brutalidad. “El Islam toma por su cuenta lo peor de los judíos y cristianos: la comunidad elegida, el sentimiento de superioridad, el exterminio de lo diverso, la teocracia, las razzias, las guerras totales, las expediciones punitivas, los asesinatos” afila Onfray. Además, al islamismo contemporáneo lo define como fascismo a secas.
El judaísmo no recibe un trato más benévolo. A los que se asumen descendientes de Jacob les endilga no haber nunca cuestionado a la Torah por “racista, asesina y criminal”. Tantas imputaciones no quedaron en el aire.
Fue “condecorado” con dos réplicas de compatriotas suyos: “El Anti Tratado de Ateología, de Mathieu Baumier (prologado por Régis Debray) y “Dios con Espíritu, Respuesta a Michel Onfray” de Irène Fernandez. Ambas son una sublevación lúcida y bastante hostil contra el ateísmo del normando. Baumier es un intelectual católico diez años menor que Onfray. En una entrevista concedida al diario italiano Avvenire (que se define como “cotidiano de inspiración católica”) disparó: “en el Tratado de Ateología hay deshonestidad intelectual y maldad”. Irène Fernandez, doctora en letras y teóloga, rechazó cederle a Onfray su otra mejilla y decidió “responder a las injurias que atacan el honor de todos los creyentes”. Los detractores de Onfray siempre se untan de enojo. Tienen afán de revancha. Pululan en revistas, periódicos y en la red de redes. Hasta hay blogs creados únicamente para denostarlo. Trincheras anti-onfray suelen ser los sitios web cristianos y musulmanes. En Oumma.com, una muy visitada página de la colectividad islámica francesa, Onfray no es bienvenido, al Tratado de Ateología, lo apodan “Tratado útil para las jóvenes generaciones islamofóbicas”. No le perdonan reflexiones de este tipo: “Si Oriente continúa siendo bárbaro no se debe únicamente a que es musulmán sino también a que es la cuna de todos los monoteísmos”.
El hedonista:
Deshecho en su cama escuchaba atentamente. Una nutricionista le aconsejaba que adoptase una dieta saludable para evitar otro infarto. 28 años: injusta edad para sufrir problemas cardíacos. No acató. Discutió con la especialista. Le dieron nauseas tantas proscripciones alimenticias. Se indignó ante el displacer recetado de un devenir sin sal. Y hubo tinta a los pocos meses. Su primer libro, “El vientre de los filósofos (1989)” es un ocurrente ensayo que plantea el estrecho vínculo entre las ideas de los grandes pensadores de todos los tiempos y lo que estos deglutían. Porque para Onfray la materia es el eje de las posibilidades de disfrute y el cuerpo el escenario potencial del goce. La filosofía no es sólo la historia del espíritu. Por eso de la antigüedad clásica recupera a la escuela Cínica y a su principal referente, Diógenes de Sinope (Cinismos, 1990), aquel sabio que imitaba a los perros, que se masturbaba y copulaba en público, que le rehuía al aseo personal y que encontraba virtud en la subversión de los valores establecidos de su época. Platón dijo de él: “es un Sócrates que se volvió loco”. Onfray lo admira como maestro fundacional del hedonismo. En el hombre de Argentan hay algo de arqueólogo. Desempolva y proyecta a aquellos eslabones de la filosofía vitalista, enraizada en lo terrenal, que milenios de empecinamiento idealista sepultaron. Resucita a Demócrito, Hiparco, Lucrecio, Eudoxo. Nombres desconocidos. Casi proscriptos. “Propongo exhumar esta historiografía alternativa”, explica Onfray. Al Marqués de Sade lo absuelve. Esquiva a Kant y a Hegel. Nietzche en lo alto: “habla de la gran razón que es siempre el cuerpo”. Siete libros le dedica exclusivamente a la teoría hedonista, pero ser un apóstol de esta no es gratuito. Se compromete con posiciones que a muchos acalambrarían. Es un firme defensor de la eutanasia, del aborto legal, de la adopción por parte de matrimonios del mismo sexo. Tampoco rechaza del todo el incesto y es partidario de la experimentación eugenésica.
Onfray se empecina en dejar bien claro que no es un nihilista escéptico ni un promotor de la ley de la selva. Pero no importa. Para muchos, él es la encarnación de un individualismo nocivo, un “cínico” en el sentido sombrío de la palabra. Ese enfoque lleva a que se lo compare con Michel Houellebeck, el “enfant terrible” de las letras francesas, un pesimista, ateo e individualista asumido. No obstante, son dos que no se quieren. Se catapultan críticas que distan de ser sutiles. Dijo Onfray de Houellebeck : «ilustra y encarna al cínico vulgar del momento”. Dijo Houellebeck de Onfray: “no tuve que esperar al tratado de Ateología para que me de alergia”. En otra ocasión aseguró “ser diez veces más talentoso” que el filósofo. La platea disfruta. En el diario cultural “Le Mague” atribuyeron en su momento tanta artillería gruesa de ida y vuelta al temor de Onfray ante el surgimiento de un competidor: “El profeta del hedonismo, tipo Richard Gere, ahora tiene un adversario temible”. Onfray sabe que irrita y en política también pone el dedo en la llaga.
La Política:
Marzo de 2007. Palacio Beauvau, sede del Ministerio del Interior francés. “Filomag”, prestigiosa revista de filosofía los sentó cara a cara. Un elegante salón con espejos fue el ring. Nicolás Sarkozy en plena campaña recibía a Michel Onfray. ¿De que charlaron el funcionario conservador que detestaban los jóvenes de los tristes suburbios parisinos y el filósofo abanderado del hedonismo libertario? Prácticamente de todo lo imaginable. De literatura, de religión, del ser humano, del bien, del mal, de la delincuencia, de la amistad, del trabajo, de la familia, del aburrimiento, de la juventud, de las vacaciones. Un diálogo jugoso por lo insólito. ¿Y de política no hablaron? Por supuesto que sí. De política discutieron.
“¿Me ve usted como un demagogo?” Lanzó el actual presidente. “Hay demagogia en sus discursos” respondió sin vueltas Onfray. Inmediatamente, le cuestionó al anfitrión que se asuma republicano, le dijo que no bastaba con presentarse a elecciones para serlo, que si tan básico fuera el requisito, hasta Le Pen sería republicano. También puso en tela de juicio el gaullismo de Sarko: “hay ciertos valores gaullistas que me parecen estar en contradicción con los suyos. Sobre todo con sus compromisos atlantistas pro americanos”. “¿Quién es usted para tomarme exámenes de Gaullismo? se defendió el ministro. “Y usted. ¿es comunista?” despachó envalentonado el “petit Napoléon”. “Ni comunista ni liberal” se atajó Onfray.
¿Le dijo la verdad a Sarkozy? Sin dudas el filósofo “outsider” coquetea con la extrema izquierda. En las últimas elecciones presidenciales votó por Olivier Besancenot, joven candidato de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria). Tomó la decisión después de haber encabezado sin éxito una suerte de clamor para que todo el arco político de lo que él denomina “la izquierda radical”, es decir, las alternativas socialistas pero no socialdemócratas, se unificara tras la candidatura de José Bové, el carismático líder agrario, símil Asterix, que logró cierta difusión internacional luego de que en 1999 atacara a un local de Mac Donald´s junto a sus seguidores. Pese a sus alineamientos, no es simple encasillar ideológicamente a Michel Onfray. Suele repetir que es un “nietzcheano de izquierda” (híbrido explosivo si los hay). No es un típico intelectual marxista, pese a que respeta los fundamentos materialistas del pensamiento socialista clásico. ¿Y alguna vez fue candidato a algo? No, pero se especuló con esa posibilidad. Su popularidad fue vista por algunos referentes de la izquierda como un anzuelo para seducir votos. Supo entusiasmarse con él Daniel Bensaïd, filósofo miembro de la LCR “Su discurso muerde sobre una franja de militantes. Podría convertirse en un referente de cambio”.
Onfray desprecia al Partido Socialista y esto hiere sensibilidades. « El PS tiene un verbo de izquierda que lo opone a la derecha y un gesto liberal que lo acerca a sus adversarios. Esta esquizofrenia cansa” reflexionó en un artículo publicado en Líbération, tres días después de la derrota de Ségolène Royal. La respuesta vino unas horas después, nada más y nada menos que un editorial firmado por Laurent Joffrin, director del mismo periódico y titulado “Onfray se equivoca”. Lo bombardeó: “Las desventuras de los filósofos en política son cómicas o decepcionantes. Recordamos los bandazos de Sartre o las andadas de Heiddeger. Onfray, pensador de menor calibre, no escapa a la regla”. Un tiempo antes, otros hombres de Libération también lo habían fustigado por haber sido un firme opositor al proyecto constitucional europeo. Dejando la política, los que sí quieren a Onfray son los raelianos. Traduciendo: gente que cree que una raza de extraterrestres creó la vida sobre este planeta, y están convencidos, porque su líder, el francés Claude Vorilhon, un ex periodista deportivo, tuvo la suerte de hablar con uno de estos padres espaciales. Más simple: una secta. Vorilhon, que se llama a él mismo, “Profeta Raël” nombró hace dos años a Onfray “sacerdote honorario” porque según dijo sus visiones son muy cercanas a las del filósofo. El ateo por excelencia rechazó tan extravagante designación. Y no cordialmente. “Las religiones son sectas que triunfaron. Se ve que no leyó nada mío. Esto forma parte de una maquinaria mediática para promocionar su movimiento”.
O se lo ama o se lo odia. Con Onfray pareciera no haber punto intermedio. Sea como sea, es un soplo de aire fresco. Un terremoto en la modorra intelectual europea.
Santiago Casanello
martes, 9 de diciembre de 2008
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